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La piedad nobiliaria

La sala baja de las Columnas de la enfermería nueva, alberga el segundo capítulo, La piedad nobiliaria, en el que se da a conocer la historia del monasterio, su fundación y su vinculación con sus patronos, la Casa de Feria, así como su preocupación por el culto litúrgico, el panteón señorial y el coleccionismo de reliquias.

Los Suárez de Figueroa, tras convertirse en Señores de Feria en 1394, crean un estado nobiliario que al iniciarse el siglo XV tiene a Zafra como centro; por lo que la villa, desde entonces, será reflejo de su autoridad y largueza. Su religiosidad los llevará a fundar este monasterio en cuya iglesia encontrarán descanso tras su muerte. Ya siendo Duques, y en defensa de la fe católica, será significativo el patronazgo al convento de Santa Clara, a la Colegiata y a los demás conventos de la villa. En todos desplegarán un intenso mecenazgo artístico con el que buscaba adoctrinar en las verdades de la fe, mostrar su poder y magnificencia y alcanzar una recompensa en el más allá.

CIMIENTOS

Este primer ámbito quiere recordar la fundación del convento en 1430. La fundación del convento había sido aprobada dos años atrás por bula papal y recibida con alegría por Gomes I Suárez, el primer Señor de Feria, que podía así satisfacer la vocación religiosa de dos de sus hijas y crear un panteón señorial en el mismo. Mucho antes de que medie el siglo, el convento ya estará poblado con clarisas urbanistas, procedentes del convento de Tordesillas (Valladolid).

El que el monasterio se dedicase a la advocación de la Virgen del Valle nos recuerda el origen del linaje y su fervor a la patrona de Écija (Sevilla), como se manifiesta en la imagen alabastrina que la primera Señora de Feria dona al convento, aunque la leyenda la haga aparecer al abrir sus cimientos.

El ascenso de los Suárez de Figueroa a condes (1461) y, después, a duques de Feria (1567) marcó la historia monástica.

ORNATO Y LITURGIA

La liturgia y la devoción a la Eucaristía son fundamentales en la vida monástica. Los Duques de Feria, guardianes de la ortodoxia católica, creían en el valor especial de la misa y en la devoción a la Virgen y a los santos; por lo que se preocuparon de destinar parte de sus rentas a encargar obras de arte religioso para iglesias y conventos con la intención de que sirviesen al altar, a la exaltación del Santísimo y al adoctrinamiento de los fieles.

EN EL MOMENTO DE LA MUERTE

El forzoso tránsito, para alcanzar el descanso eterno en el regazo de Dios, es apreciado de diversas maneras a lo largo de los siglos. Y su visualización en el entierro evidencia las desigualdades sociales. Desde el lugar de enterramiento hasta lo generoso de las mandas ponen de relieve que el fallecimiento, aunque acaba con la vanidad del mundo, no borra las barreras sociales, al contrario, las reafirma. Prueba de ello es el panteón de la Casa de Feria en el convento. Los distintos monumentos funerarios ejemplifican el sentir de la muerte en cada época, a la vez que permiten perpetuarse en la memoria a través de la imagen.

Los Feria siempre se inhumaron junto al altar, y la mayoría lo están en la Capilla Mayor, los primeros señores reposa en el coro y los últimos duques en la Capilla Ducal. Sus sepulturas responden al gusto y a la espiritualidad de cada momento histórico: si en el siglo XV los sepulcros muestran yacentes a los difuntos; en los siglos siguientes, una simple placa conmemorativa se acoge en una capilla de cierta ostentación.

EL OLOR DE LA SANTIDAD

Desde sus inicios, el Cristianismo se interesó por el culto y las reliquias de los santos; si bien, como consecuencia de los conflictos religiosos del Quinientos, el catolicismo verá en ellas un medio especial de relación con la santidad. La ortodoxia católica animará a la custodia y veneración de reliquias. La nobleza, a imagen de la corte, hará proliferar los Relicarios, donde en preciosos estuches y doradas estanterías se exponen la colección de reliquias a la veneración de los fieles. El uso de las reliquias, a las que tan aficionados fueron los Duques de Feria, en especial la primera duquesa, la inglesa Jane Dormer, patentiza el sentir barroco.

La colección de reliquias la inició el segundo Duque en 1592, cuando con motivo de su estancia en Roma fue autorizado a sacar ciertas reliquias de santos y mártires de capillas y catacumbas. Después, las enviaba a su madre que se aprestaba a encargar a escultores y plateros madrileños los relicarios para guardarlas. En 1603, la primera remesa de reliquias ya estaba en el relicario de Santa Clara.