Patente de la Venerable Orden Tercera de Penitencia

Papel y tinta
43 x 31 cm
1770
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

En el Museo se expone el Árbol Seráfico, un grabado milanés de 1762, que representa la fraternidad de los Hermanos Menores franciscanos. Junto al tronco, aparece san Francisco y, entre sus ramas, asoman sus mártires y santos.

A su sombra se acogen las otras dos órdenes: a un lado, las Hermanas Pobres guiadas por santa Clara y, al otro, los hermanos y hermanas de Penitencia u Orden Tercera entre los que se advierten seglares (santa Margarita de Cortona o san Roque), reyes (san Luis de Francia) y reinas (las santas Isabel de Portugal y de Hungría), junt  o a religiosos regulares como los mártires del Japón.

La Venerable Orden Tercera de Penitencia (VOT) o terciarios surgió, en 1221, por decisión del propio san Francisco que deseaba acoger a aquellos seglares que, teniendo impedimentos para ingresar en las otras dos órdenes, buscasen ahondar en su espiritualidad fuera de la vida claustral. Lo que no impidió que, tiempo después, surgiese la Tercera Orden Regular que, ya a comienzos del siglo XV, tenía comunidades acogidas a la vida de claustro.

La pieza que mostramos es una patente, es decir, una «cédula o despacho que dán los Superiores a los Religiosos quando los mudan de un Convento a otro, o se les da licencia de ir a alguna parte», en definición del Diccionario de Autoridades (1737).

Se trata de un modelo impreso, sin cumplimentar, destinado a ser utilizado durante la década de los años setenta del Setecientos.

Lo encabeza un grabado de la Inmaculada Concepción, flanqueado por los emblemas del  franciscanismo: los brazos cruzados y clavados en la cruz y las cinco llagas o estigmas que evocan al santo como nuevo Cristo.

Nuestra Señora del Valle
Óleo sobre lienzo
27,3 cm x 17,5 cm
Primer cuarto del siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Cuando el primer señor de Feria, Gomes I Suárez de Figueroa, funda en 1428 el convento de Santa Clara de Zafra, lo hace poniéndolo bajo la advocación de Santa María del Valle, la patrona de Écija, de la que era devoto al ser originario de esa población andaluza.

Años después, su viuda Elvira Laso de Mendoza encargaría como titular del monasterio una escultura de alabastro de la Virgen con el Niño, que fue colocada en la hornacina que existía sobre la desaparecida portada principal de la iglesia. Y allí permaneció hasta 1678 en que pasó a presidir el retablo mayor.

Como imagen medieval, la imagen zafrense no era una reproducción literal de la Virgen ecijana. Sin embargo, en el siglo XVIII, la mentalidad había cambiado y cuando se encargaba una copia se procuraba que fuese un «verdadero retrato» en el que se reconociese el modelo. Así sucede con los lienzos que se conservan en el coro monjil y en el Museo, realizados en 1711 y en 1776, respectivamente.

Lo mismo ocurre en esta pequeña obra, que nos muestra a Nuestra Señora del Valle con la ráfaga, medialuna, coronas y cetro, con los que se ornaba en esa época. Ahora bien, la figura se presenta entre nubes, a modo de una aparición celeste, lo que lleva a considerarla como la «Amicta sole», una alegoría de la mujer apocalíptica.

La pieza es un recorte de otro lienzo mayor desaparecido, que hallamos entre las hojas de un legajo del archivo conventual. Quizá formase parte de una escena, usual en la época, en la que se representa al evangelista san Juan, en la isla de Patmos, mientras se le revela el ocaso de los tiempos.

Restaurada por María Teresa López-Obregón, directora facultativa de la empresa Ecroa S.L., gracias a la generosidad de la Asociación baezana "Alcázar Cultural para la Promoción y Difusión del Patrimonio Artístico” y a D. Francisco Sánchez Concha.

Cáliz del cura de Camas
Plata dorada
23 cm x 14 cm Ø base
Manuel Villarreal Fernández
Taller sevillano
1955
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Inscripción:
«BODAS DE PLATA SACERDOTALES DE DON JUAN ROJAS GIL-BERMEJO 19 MARZO 1955»

En gran medida, la orfebrería religiosa española de comienzos del siglo XX sigue una línea de carácter historicista, inspirada en los estilos del pasado, que se mantendrá e incluso cobrará pujanza tras la guerra civil.

Es en esa corriente admirativa del arte pretérito en la que hemos de circunscribir la ejecución de este cáliz, que se inspira en piezas del siglo XVII y es obra del prestigioso platero sevillano Manuel Villarreal Fernández.

Debió de ser uno de sus primeros trabajos, pues tan solo un año antes abría un taller de orfebrería que adquirió tan buena reputación, entre el mundo cofrade y eclesial por la calidad de las piezas que de él salían, que su fama se prolonga más allá de la vida del maestro, fallecido en 1965.

El cáliz fue encargado por la feligresía de la parroquia de Santa María de Gracia, de la localidad de Camas (Sevilla), para ofrecérselo a su párroco don Juan Rojas Gil-Bermejo con motivo de los veinticinco años de su ordenación sacerdotal, que se cumplieron el día de san José de 1955.

Nacido en la cercana villa condal y ducal de Olivares, muy joven, en mayo de 1939, llegó a Camas, a una rectoría en la que permanecería hasta su muerte en noviembre de 1982.

Fue el cura de toda la vida, el cura de sotana y bonete, tan entregado a su parroquia y tan dilecto que en correspondencia se le inhumó en la capilla Sacramental.

En su memoria, el cáliz fue legado para el servicio del altar del convento de Santa Clara de Zafra, en el que era profesa una de sus sobrinas.

Visita del Niño Jesús a san Antonio de Padua

Óleo sobre lienzo y madera
52,5 x 39 cm
Siglo XVIII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Uno de los santos más venerados del santoral franciscano es, sin lugar a duda, san Antonio de Padua. Como taumaturgo o milagrero, su nombre se invoca para casi todo: ante las enfermedades, el hambre, para navegar con buen viento o cuando se pierden cosas...

Fallecido en 1231 y elevado al siguiente a los altares, la vida del santo y los prodigios obrados por su intercesión o atribuidos han conformado una leyenda que se formó y difundió en el siglo XV.

La iconografía nos lo suele mostrar joven, barbilampiño, tonsurado y vestido de sayal. Una imagen ascética alejada de la corpulencia que tuvo, según un cronista de la época, y corroboran sus restos venerados en la basílica patavina.

A esta apariencia idealizada, que acaba definiéndose en el arte barroco de la Contrarreforma, se le suman una serie de símbolos como el libro, que alude a su magisterio y doctrina, o la rama de lirio, a su pureza virginal.

Pero es la figura del Niño Jesús el atributo más popular que acompaña, a partir del siglo XVI, a la imagen del santo. Sentado o de pie sobre un libro, acogido a sus brazos o apareciendo entre nubes, resplandores y ángeles, el Niño Dios atrae su mirada extasiada, como puede verse en el lienzo.

El milagro sucede en un escenario clasicista que, tal vez, aluda al castillo del conde Tiso en Camposampiero, una comuna cercana a Padua, donde el santo fraile había sido acogido unos días y su anfitrión cuenta fue espectador del prodigio.

Restaurada en 2012 por Antonio Lara Luque, del Departamento de Restauración de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, por encargo de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Extremadura.