LA SACRISTÍA
Es el primer espacio al que se accede para visitar el Museo. Junto a su función eclesial, sigue sirviendo como lugar donde se revisten los sacerdotes y se guardan los ornamentos del culto, se le ha añadido la de recepción de visitantes.
Consta de dos piezas disimétricas, derivadas de su historia constructiva. En el siglo XV, la parte más pequeña –donde está el acceso y la recepción– formaba parte del pórtico gótico mudéjar de la iglesia, del que subsiste el arco inicial sobre pilares achaflanados, que pueden verse enmarcando la puerta del Museo.
Dentro del programa de reformas, que se acometen en el monasterio en el último tercio del siglo XVI, y a continuación del soportal medieval de la iglesia, se construye la nueva sacristía. Entonces, constaba solo del espacio de planta cuadrada cubierto con una media naranja sobre trompas aveneradas. Es una lástima que el enjalbegado apenas deje ver las cenefas de grutescos y los blasones esgrafiados con los que estuvieron decoradas las paredes. Para comunicarla con el presbiterio se dispuso una puerta de madera, cuyos cuarterones van decorados con cartelas exhibiendo custodias alusivas a santa Clara y blasones de la Casa de Feria.
En 1657, el que fuera primer tramo del pórtico medieval, que se había conservado como desahogo de la sacristía, se acomodó como tal cubriéndose con una bóveda de arista moldurada y abriéndose el arco de comunicación entre ambas estancias.
Para su adaptación museográfica ha sido necesario abrir una puerta con su reja que comunica con unos antiguos pasillos, que conducen al visitante hacia las salas de la antigua enfermería monástica.
LA ENFERMERÍA CONVENTUAL
La construcción del monasterio y las reformas del mismo son fruto del patronazgo de los Duques de Feria, cuyas armas heráldicas se repiten con insistencia en el edificio. Pero, existe una ampliación, la enfermería nueva, que se construye en la última década del siglo XVI con la herencia recibida por dos monjas, profesas en el monasterio, de su hermano Gómez de Alvarado, un capitán indiano muerto abintestato.
Posiblemente sea la obra más significativa realizada en la clausura durante el último tercio del siglo XVI, tanto desde el punto de vista artístico como del volumen edificado. Se trata un pabellón perpendicularmente dispuesto al muro sur del convento, por lo que deja a sus costados dos patios con sus galerías para las enfermas, uno a oriente y otro a occidente.
La enfermería posee dos plantas, con idéntica distribución de espacios, ya que no fue concebido para ser utilizada en su totalidad al mismo tiempo, sino según las estaciones del año: la baja cuando arrecia el calor y la alta, más soleada, en los meses fríos. Cada planta consta en esencia de una gran sala rectangular, dividida longitudinalmente en dos naves por una arquería de ladrillo sobre columnas de mármol blanco, que soporta el techo holladero de madera. Se complementaba con una celda, de la misma anchura que las galerías occidentales con las que forma cuerpo, que se destinaba a alojamiento de la monja encargada de atender a las enfermas. Y, en el extremo contrario de la galería oriental, las cocinas, necesarias para preparar los alimentos que consumían tanto las religiosas enfermas como sus acompañantes y cuidadoras, ya que a todas ellas la regla y los estatutos liberaban de acudir al refectorio.
Un elemento singular de la construcción es la balaustrada de madera de la escalera, pues en sus pilarotes de arranque lleva tallados delfines y volutas, cuya talla hemos de relacionar con toda la obra de madera que se realiza en el convento durante el último tercio del siglo XVI.
Seguramente nos hallamos ante una fábrica trazada y levantada por el arquitecto Francisco de Montiel.
LA IGLESIA
La iglesia, orientada al mediodía, es una obra mudéjar terminada en 1454. Su traza es muy sencilla: consta tan solo de una cabecera cuadrada, a modo de qubba islámica, y una nave rectangular. Un modelo espacial muy repetido en las fundaciones clarianas y, también, en las instituciones hospitalarias de Zafra.
La cabecera se cubre con una cúpula cuyo intradós está decorado con nervios radiales. Apoya sobre un ecuador de dieciséis lados generado por una secuencia de trompas. Al exterior se guarda en un cimborrio octogonal, rematado por enormes ménsulas que recogen las aguas del tejado. Los edículos para las ventanas son un añadido del siglo XVII.
La capilla se abre a la nave a través de un grueso arco apuntado sobre pilastras achaflanadas, cuyos capiteles se decoran con los blasones de Figueroa y Manuel. En los sillares pueden verse las marcas de los canteros medievales que lo elevaron.
La nave eclesial era algo más baja y oscura en el siglo XV, entonces se cubría con una techumbre de madera, seguramente de par y nudillo. Pero, como se hundió en 1652, fue enseguida sustituida por una bóveda de lunetos, con series de ventanas a cada lado.
Al fondo de la nave, se encuentra la ventana con doble reja que comunica el coro de las monjas con la iglesia y permitía a éstas, desde la sillería, contemplar el altar mayor. A la derecha, una escalera conduce a la cratícula o comulgatorio. La puerta con blasones de los Feria es obra del siglo XVI. El coro es un espacio de dimensiones superficiales similares a los de la nave de la iglesia; sin embargo, el nivel de la solería es unos dos metros más elevado que aquella. Diferencia que venía obligada por el acomodo de dos bóvedas para enterramiento de las religiosas. Entre ellas, por disposición testamentaria, fueron inhumados los primeros Señores de Feria.
LA CAPILLA DUCAL Y EL RELICARIO
Dos capillas se abren a la iglesia en el lado de la epístola. La capilla funeraria del segundo duque de Feria y el relicario. La primera, dedicada a san Raimundo de Peñafort, comunica con la cabecera a través de un gran arco de cantería, que se cierra con una reja de hierro coronada con las armas ducales. Es una pieza pequeña, que consta de dos espacios, antaño separados por rejas: la capilla propiamente dicha, de planta cuadrada y cubierto con una cúpula sobre pechinas, y el coro de las monjas, bajo arcos rebajados. Trazada por el maestro mayor de la obras ducales, Francisco de Montiel, fue construida por su hijo Bartolomé González Montiel, que le sucedió en el cargo, entre 1615 y 1616.
El relicario es una pequeñísima estancia rectangular, construida aprovechando el grosor del muro para quitar el mínimo espacio a la galería oriental del claustro. Dentro las paredes y el artesón, que sirve de techo, se cubrieron con azulejos talaveranos. La marmórea portada clasicista se concibió a manera de tabernáculo, cerrado con una puerta dorada y policromada y una reja para proteger la colección ducal de reliquias.
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