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Publicaciones

Ser Clarisa hoy

La comunidad clarisa es un ejemplo vivo de compromiso, tolerancia e integración, formada por mujeres de distintos países que centran sus esfuerzos en un objetivo común: la oración y su entrega a los demás.

En el actual proceso de ingreso en la orden, la formación tanto religiosa como personal es fundamental. Se divide en tres fases y dura un mínimo de seis años, en los que se experimenta de modo progresivo la forma de vida franciscano-clariana: el postulantado, que dura un año, el noviciado, dos años, y la profesión temporal, tres años, tras la cual se procede a la profesión solemne. Estos niveles proporcionan progresivamente una serie de actitudes y conocimientos necesarios para la vida conventual.

Para el gobierno interno de la congregación existen distintos cargos: la abadesa, la Vicaria y las Discretas que se eligen en votación secreta cada tres años. La abadesa o madre superiora, es asesorada tanto por la vicaria, que asume sus funciones durante su ausencia, como por el discretorio es decir un pequeño grupo de hermanas que participan en la toma de decisiones.

En España existen 250 conventos de clarisas que se agrupan en 8 federaciones. El Convento de Santa Clara de Zafra pertenece a la federación de la Provincia Bética.

Espacios visitables

LA SACRISTÍA

Es el primer espacio al que se accede para visitar el Museo. Junto a su función eclesial, sigue sirviendo como lugar donde se revisten los sacerdotes y se guardan los ornamentos del culto, se le ha añadido la de recepción de visitantes.

Consta de dos piezas disimétricas, derivadas de su historia constructiva. En el siglo XV, la parte más pequeña –donde está el acceso y la recepción– formaba parte del pórtico gótico mudéjar de la iglesia, del que subsiste el arco inicial sobre pilares achaflanados, que pueden verse enmarcando la puerta del Museo.

Dentro del programa de reformas, que se acometen en el monasterio en el último tercio del siglo XVI, y a continuación del soportal medieval de la iglesia, se construye la nueva sacristía. Entonces, constaba solo del espacio de planta cuadrada cubierto con una media naranja sobre trompas aveneradas. Es una lástima que el enjalbegado apenas deje ver las cenefas de grutescos y los blasones esgrafiados con los que estuvieron decoradas las paredes. Para comunicarla con el presbiterio se dispuso una puerta de madera, cuyos cuarterones van decorados con cartelas exhibiendo custodias alusivas a santa Clara y blasones de la Casa de Feria.

En 1657, el que fuera primer tramo del pórtico medieval, que se había conservado como desahogo de la sacristía, se acomodó como tal cubriéndose con una bóveda de arista moldurada y abriéndose el arco de comunicación entre ambas estancias.

Para su adaptación museográfica ha sido necesario abrir una puerta con su reja que comunica con unos antiguos pasillos, que conducen al visitante hacia las salas de la antigua enfermería monástica.

LA ENFERMERÍA CONVENTUAL

La construcción del monasterio y las reformas del mismo son fruto del patronazgo de los Duques de Feria, cuyas armas heráldicas se repiten con insistencia en el edificio. Pero, existe una ampliación, la enfermería nueva, que se construye en la última década del siglo XVI con la herencia recibida por dos monjas, profesas en el monasterio, de su hermano Gómez de Alvarado, un capitán indiano muerto abintestato.

Posiblemente sea la obra más significativa realizada en la clausura durante el último tercio del siglo XVI, tanto desde el punto de vista artístico como del volumen edificado. Se trata un pabellón perpendicularmente dispuesto al muro sur del convento, por lo que deja a sus costados dos patios con sus galerías para las enfermas, uno a oriente y otro a occidente.

La enfermería posee dos plantas, con idéntica distribución de espacios, ya que no fue concebido para ser utilizada en su totalidad al mismo tiempo, sino según las estaciones del año: la baja cuando arrecia el calor y la alta, más soleada, en los meses fríos. Cada planta consta en esencia de una gran sala rectangular, dividida longitudinalmente en dos naves por una arquería de ladrillo sobre columnas de mármol blanco, que soporta el techo holladero de madera. Se complementaba con una celda, de la misma anchura que las galerías occidentales con las que forma cuerpo, que se destinaba a alojamiento de la monja encargada de atender a las enfermas. Y, en el extremo contrario de la galería oriental, las cocinas, necesarias para preparar los alimentos que consumían tanto las religiosas enfermas como sus acompañantes y cuidadoras, ya que a todas ellas la regla y los estatutos liberaban de acudir al refectorio.

Un elemento singular de la construcción es la balaustrada de madera de la escalera, pues en sus pilarotes de arranque lleva tallados delfines y volutas, cuya talla hemos de relacionar con toda la obra de madera que se realiza en el convento durante el último tercio del siglo XVI.

Seguramente nos hallamos ante una fábrica trazada y levantada por el arquitecto Francisco de Montiel.

LA IGLESIA

La iglesia, orientada al mediodía, es una obra mudéjar terminada en 1454. Su traza es muy sencilla: consta tan solo de una cabecera cuadrada, a modo de qubba islámica, y una nave rectangular. Un modelo espacial muy repetido en las fundaciones clarianas y, también, en las instituciones hospitalarias de Zafra.

La cabecera se cubre con una cúpula cuyo intradós está decorado con nervios radiales. Apoya sobre un ecuador de dieciséis lados generado por una secuencia de trompas. Al exterior se guarda en un cimborrio octogonal, rematado por enormes ménsulas que recogen las aguas del tejado. Los edículos para las ventanas son un añadido del siglo XVII.

La capilla se abre a la nave a través de un grueso arco apuntado sobre pilastras achaflanadas, cuyos capiteles se decoran con los blasones de Figueroa y Manuel. En los sillares pueden verse las marcas de los canteros medievales que lo elevaron.

La nave eclesial era algo más baja y oscura en el siglo XV, entonces se cubría con una techumbre de madera, seguramente de par y nudillo. Pero, como se hundió en 1652, fue enseguida sustituida por una bóveda de lunetos, con series de ventanas a cada lado.

Al fondo de la nave, se encuentra la ventana con doble reja que comunica el coro de las monjas con la iglesia y permitía a éstas, desde la sillería, contemplar el altar mayor. A la derecha, una escalera conduce a la cratícula o comulgatorio. La puerta con blasones de los Feria es obra del siglo XVI. El coro es un espacio de dimensiones superficiales similares a los de la nave de la iglesia; sin embargo, el nivel de la solería es unos dos metros más elevado que aquella. Diferencia que venía obligada por el acomodo de dos bóvedas para enterramiento de las religiosas. Entre ellas, por disposición testamentaria, fueron inhumados los primeros Señores de Feria.

LA CAPILLA DUCAL Y EL RELICARIO

Dos capillas se abren a la iglesia en el lado de la epístola. La capilla funeraria del segundo duque de Feria y el relicario. La primera, dedicada a san Raimundo de Peñafort, comunica con la cabecera a través de un gran arco de cantería, que se cierra con una reja de hierro coronada con las armas ducales. Es una pieza pequeña, que consta de dos espacios, antaño separados por rejas: la capilla propiamente dicha, de planta cuadrada y cubierto con una cúpula sobre pechinas, y el coro de las monjas, bajo arcos rebajados. Trazada por el maestro mayor de la obras ducales, Francisco de Montiel, fue construida por su hijo Bartolomé González Montiel, que le sucedió en el cargo, entre 1615 y 1616.

El relicario es una pequeñísima estancia rectangular, construida aprovechando el grosor del muro para quitar el mínimo espacio a la galería oriental del claustro. Dentro las paredes y el artesón, que sirve de techo, se cubrieron con azulejos talaveranos. La marmórea portada clasicista se concibió a manera de tabernáculo, cerrado con una puerta dorada y policromada y una reja para proteger la colección ducal de reliquias.

 

Convento, museo y ciudad

El Museo Santa Clara abre sus puertas para que los visitantes puedan acceder a la clausura del monasterio de Santa María del Valle, conocido en Zafra como convento de Santa Clara, y recorrer en silencio espacios significativos que forman parte del transcurrir cotidiano de las hermanas franciscanas clarisas.

El Museo ocupa una parte sustancial de la clausura monástica: la iglesia y sacristía conventuales, la enfermería nueva y una serie de espacios de tránsito que permiten dar a conocer la grada, una celda y el claustro: espacios todos, construidos entre los siglos XV y XVII, sin los que el visitante difícilmente podría hacerse una idea de lo que es un convento desde el punto de vista material.

Pero, el Museo Santa Clara es, también, un paseo por la historia de Zafra, a través del patrimonio histórico artístico del convento y su relación con la Casa de Feria. Desde su fundación, la iglesia y coro conventuales se concibieron como panteón del linaje; por lo que hasta el siglo XIX, el convento fue objeto de un intenso patronazgo por los Suárez de Figueroa. La huella de este mecenazgo queda reflejada en los muros de su clausura y en la colección de piezas artísticas que aún alberga.

La situación geográfica de Zafra, unida a la abundancia de sus recursos agrícolas y ganaderos, fueron determinantes para que los Feria apostaran por ella como lugar de residencia. Durante los siglos XV al XVII, la villa se convertiría en el fiel reflejo de su grandeza y progresivo encumbramiento social: el palacio ducal, la colegiata Insigne o este monasterio son claros ejemplos del patrocinio desarrollado por esta familia nobiliaria.

 

 

 

 

Historia

El convento es la materialización de la vida espiritual de la comunidad clariana. La Orden de Santa Clara tuvo su origen en 1212, cuando la joven noble Clara de Favorone, deseosa de abrazar el ideal de vida propuesto por Francisco de Asís, abandonó su casa y se consagró a Dios. A su muerte en 1253, se contaban ya más de cien monasterios por toda Europa. Desde entonces su número no dejará de crecer.

Uno de ellos sería el de Zafra, fundado en 1428 por Gomes I Suárez de Figueroa, primer señor de Feria, y su esposa Elvira Laso de Mendoza, hermana del marqués de Santillana, con la intención de satisfacer la vocación religiosa de sus hijas Isabel y Leonor. Así, en su comienzo, el monasterio de Santa María del Valle ejemplifica el espíritu de santa Clara, pues sus primeras abadesas, de noble abolengo como ella, abandonan su privilegiado entorno para profesar y vivir en pobreza.

EL MONASTERIO DE SANTA MARÍA DEL VALLE O CONVENTO DE SANTA CLARA

Construido en sus partes esenciales entre 1430 y 1454, el monasterio acusa la modestia propia de las edificaciones franciscanas de estas tierras, en las que priman la pizarra, el ladrillo, la madera y la cal como materiales constructivos y la sobriedad ornamental; si bien, la capilla mayor de la iglesia, levantada con sillería granítica, es una excepción, una obra costosa que venía justificada por su función funeraria. En los siglos venideros, se mantendrá la austeridad primigenia, aunque se adviertan el uso algún material más costoso en algunas estancias comunes.

La entrada al convento y museo está en la calle Sevilla, donde hay dos puertas: la más antigua es gótica de la segunda mitad del siglo XV. Muestra, a los lados, relieves de la Anunciación sobre los blasones de los Suárez de Figueroa y los Manuel y, sobre la clave, un yelmo con un búcaro de azucenas por cimera. La otra, clasicista y fechada en 1574, trae en su coronamiento un escudo de los Duques de Feria. Ambas se abrían al compás monástico, ocupado desde los años cincuenta del pasado siglo por un edificio comercial; que oculta el pórtico de la iglesia y genera dos accesos laterales al mismo.

El pórtico construido en torno a 1628 vino a sustituir al de fundación. De líneas clasicistas, es una estructura robusta formada por gruesos pilares de sección rectangular que soportan una serie de arcos de medio punto y una bóveda de cañón. Acoge la portada de la iglesia, fabricada entre 1715 y 1718 con líneas extremadamente sencillas. De la primitiva del siglo XV conserva los escudos de los fundadores del cenobio, Laso de Mendoza y Suárez de Figueroa, y dos remates que parecen de acarreo, quizá de época romana.

A la clausura se accede a través de la puerta reglar, una obra gótica de cantería sobre la que puede verse el tablero marmóreo conmemorativo de la fundación monástica en 1428, flanqueado por las armas de Figueroa y Mendoza. El conjunto se acoge bajo un soportal clasicista, fabricado en 1625 con granito y ladrillo rojo historiado.

El centro del convento es el claustro, que puede verse en parte desde una de las salas del museo. Se trata de un espacio porticado de planta cuadrada, obra de alarifes mudéjares que plasmaron en el uso de la mampostería, el ladrillo aplantillado, la cal y la ausencia de ornato la austeridad de vida de las clarisas. Tiene en su redor las dependencias necesarias para la vida conventual: el lado oriental lo ocupan la iglesia y el coro de las monjas, cuyos volúmenes invaden las dos alturas del edificio. El resto de la planta baja estaba destinada a oficinas monacales: refectorio, cocina, sala capitular...; mientras que la planta superior servía para dormitorios comunes y celdas. Todos los espacios se cubren con techumbres de madera, algunas con ornamentación tallada, salvo los corredores del claustro bajo, la cocina, la iglesia y el coro que lo son de bóvedas.

El monasterio, fundado para acoger a veinticinco monjas, desde las últimas décadas del siglo XVI fue viendo crecer el número de las que lo habitaban. Si entonces eran casi cuarenta religiosas, como prueba el número de sillas que se fabrican para el coro, en el siglo XVII llegó a estar ocupado de ordinario por setenta. Este incremento movió a la ampliación de los espacios de habitación, que se fueron sumando al edificio preexistente, invadiendo parte de la huerta conventual y del claustro. En esos tiempos se levantan, entre otros, la enfermería nueva en la zona meridional y, en el lado contrario, el noviciado y el patio de la portería, en el que se conserva un ajimez de madera, uno de los pocos que subsisten en España.